Hasta mediados del siglo XIX el periodismo fue, sobre todo, un instrumento de combate político, que estuvo dominado por intencionalidades ideológicas y doctrinarias. La opinión, pues, se imponía a la información. Pero a partir de esa fecha, empezaron a surgir diarios que subsistían como negocio mediante la ampliación de su público y de los anunciantes.
El precedente de este periodismo apareció en la ciudad de Nueva York. Fue Benjamin H. Day con el diario Sun, estableció la que se denominó la prensa de penique, es decir, una prensa barata, destinada a la clase media y baja, que buscaba publicar noticias de impacto y de interés humano (sentimientos humanos, situaciones cotidianas, vida personal de personajes célebres, etc)
Day puso en marcha los principios que inspiraban el periodismo moderno: búsqueda de la información por parte de los reporteros, noticias que interesaban a la mayoría y búsqueda de un gran público.
Esta tendencia sería continuada más tarde por el que fuese el magnate de la prensa amarilla, William Randolph Hearst que, en su competencia con el otro magnate del periodismo de la época, Joseph Pulitzer creador del World de NY, sentó las bases del periodismo amarillo: noticias exageradas, grandes titulares, muchas fotos, gusto por los escándalos, entre otros. La denominación de este periodismo proviene de una tira cómica del diario World que se imprimía en amarillo para atraer la atención del público y, poco a poco, acabó por designar un estilo de hacer periodismo.
Randolph Herast, inventor de la prensa amarilla, propietario del New York american y de una cadena de más de cuarenta diarios, creó todo un imperio de la comunicación que han continuado sus familiares hasta nuestros días.
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